Conozca el significado de estas sorprendentes
representaciones de los chachapoyas, motivo principal de la nueva moneda
de un sol conmemorativa, emitida por el BCR
Domingo 08 de agosto de 2010 - 02:06 pm
Por: Federico Kauffmann Doig*
Entre los antiguos peruanos, el culto a los muertos alcanzó ribetes
excepcionales, a juzgar por el frondoso ritual que estos tributaban a
sus difuntos. Lo demuestra el despliegue que pusieron en práctica para
preservar el cadáver de sus seres queridos, momificándolos, o el cuidado
especial que ponían en la construcción de moradas destinadas al eterno
descanso.
Todo esto por cuanto dominaba firmemente la idea de que, de
corromperse el cadáver, ya sea por putrefacción u otro agente
destructor, concluía también la vida que experimentaba el ser amado más
allá de la muerte.
De apariencia humana
En cuanto a los
chachapoyas, moradores de los Andes amazónicos norteños y anteriores al
incario, estos emplearon básicamente dos patrones funerarios: el
mausoleo (pukullo o chullpa en quechua) y el sarcófago o purun-machu.
Los sarcófagos de los chachapoyas están conformados por una especie
de gran cápsula de paredes construidas con tierra arcillosa mezclada con
piedras pequeñas, algunos retazos de madera y paja brava o ichu.
Su apariencia —cabeza, busto y cuerpo— evoca los contornos de un ser
humano. Por ser su interior vacuo, el sarcófago ofrece el espacio
necesario para cobijar a un difunto ilustre: momificado, sentado y
arropado con tejidos.
Así, convertido en un bulto funerario, el difunto era emplazado en su respectivo sarcófago o cápsula funeraria.
Nariz prominente
Los sarcófagos chachapoyas
presentan diversas modalidades, por su forma y por su tamaño. Su
difusión se limita a la margen izquierda del río Utcubamba, pues es una
forma de sepulcro que no se repite en el resto del territorio andino.
Debe subrayarse que el sarcófago chachapoyas imita el aspecto que adopta
el fardo funerario de la etapa Tiahuanaco-Huari (Horizonte Medio). Esto
se constata de modo particular en lo que se refiere a la cabeza de los
sarcófagos chachapoyas conspicuos, los de Karajía, con sus mandíbulas
exageradamente remarcadas, que al parecer calcaban las máscaras planas,
de madera, plantadas por encima de los fardos funerarios
Tiahuanaco-Huari.
Las cabezas de los sarcófagos chachapoyas eran modeladas en arcilla.
Por lo mismo, observan una nariz saliente, ganchuda, al parecer alusiva
a un pico de un ave de rapiña. Originalmente, todos los sarcófagos de
Karajía lucían sobre sus cabezas un cráneo ritual que les confería
majestad.
El antimonio
Los sarcófagos de Karajía fueron
emplazados en una gruta en lo alto de un precipicio, la que era excavada
ex profeso por el hombre. No necesariamente se recurría a este
procedimiento para resguardarlos de buscadores de tesoros, ya que en el
antiguo Perú había un profundo respeto por los difuntos.
Ni siquiera sus pertenencias debían ser tocadas, pues, según la
creencia, todavía latente, el profanador podría sufrir la parálisis de
alguno de sus miembros; hasta podía producirle la muerte por venganza
del difunto. Esto popularmente se conoce como “antimonio”.
Protegidos contra el tiempo
El hecho de recurrir
a lo alto de los precipicios debió ser inducido por el deseo de
protegerlos de las injurias del tiempo. Ciertamente, al asomar la peña
desnuda a la superficie, como es el caso del barranco de Karajía,
aquello no da lugar a que crezca vegetación en el sitio, que al
concentrar humedad atenta contra la conservación, especialmente del
material orgánico.
Adicionalmente, en aquellas alturas, el viento sopla animadamente, y
aminora así la excesiva humedad ambiental que impera en los Andes
amazónicos.
¿Quiénes eran los constructores de los sarcófagos?
Eran
los chachapoyas, cuyos ancestros, al comenzar la segunda mitad del
primer milenio de nuestra era, debieron partir de zonas cordilleranas,
premunidos así de cultura andina, para asentarse en los espacios
norteños, correspondientes a la región de los Andes amazónicos.
Nosotros interpretamos que, como punto de partida, este fenómeno
pudo obedecer a un proyecto estatal surgido en las postrimerías de la
cultura Tiahuanaco-Huari, debido al aumento poblacional que por entonces
se hacía cada vez más agudo.
Esta explosión demográfica presionó a diversos grupos a extender la
frontera agrícola que tanto en la costa como en la cordillera ha sido en
extremo reducida.